A veces me adivino hombre.
Tu silueta davidiana me ensimisma y me deja boquiabierta
y te miro
en el sosiego que se despierta en tu rostro mientras duermes.
Tu espalda, donde comienza esa curva de simetría casi perfecta; prieto.
Ese casi es el que me enloquece.
Parece que me crece un miembro entre las piernas,
pero entonces,
me miras desde las pestañas
y me desarmas la pistola,
me desmelenas y desnudas,
siendo de nuevo,
la mujer que a tu soplo es una canica rodando por la mesa.