Foto: Sandra Garrido
Era de dentro a fuera la fachada. La erosión del tiempo, un
color sepia deteriorado por la falta de observarla. Como decía, era de dentro a
fuera; su voz, su gemido de madera, su crujir. Guarda el secreto que nunca nos
confiesa. Su calor se confunde con la húmeda soledad de las paredes. Pero hay
un llanto que conmueve, un llanto emparedado, despierta cada noche en su
desnudez interna.
Un hogar desahuciado de fantasmas. Ya no hay vida que cueza
a fuego lento la sopa del desencanto. Sí
fragancia. El perfume a rancio del cartón anciano.
Fue el primer recuerdo; las moquetas infestadas de ácaros,
las puertas con lunas en sus vidrieras. La cocina independiente y el fogón. El caldo
con el desconchado gotelé. Toda una infancia esparcida por el suelo. Igual que
la bolsa de leche que dejaban cada día junto a la puerta. Ya no está el
descansillo. Sólo ladrillos rojos. Sólo tejados yertos.
La miseria se esconde en los días de abundancia y los castillos que levantamos con arena sólo son arena.
ResponderEliminarla abundancia no nos deja ver más alla de los banquetes. El hambre lleno de vacío. Y los castillos de arena pueden llegar a ser verdaderas obras de arte si quien lo levanta lo mantiene a base de regarlo con agua y alejandolo del viento y la lluvia.
EliminarVolvimos, y nada era como antes fue... Un abrazo.
ResponderEliminarLo clavaste Darío. La mirada es mejor que siempre vaya hacía adelante. Un fuerte abrazo
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