Cuando sabes que ya se quiere ir y lo comprendes, que sus
ojos no se abren porque pesan tantos años inertes, tantos pasos no dados; un
caminar sobre ruedas empujado de las manos que lo levantan, lo alimentan, le
cura las heridas pero no puede acariciar su sufrimiento.
Cuando sabes que seguir aquí es una carga y los párpados
se resisten a enfrentarse a todos los que le rodean rezando en contra de su
voluntad.
Cuando sabes que su jaula será abierta y tal vez un
albatros sobrevuele los mares que nunca le han bañado y sólo ha podido oler su
salitre, mirar su azul y perderse en el sueño de un horizonte donde corre,
vuela y abre sus alas transparentes.
Cuando las palabras no son alivio y los silencios son
necesarios. La boca es un hervidero que no quiere arder pero quema. Cuando su
mano ha disminuido y ya no aprieta, no deja su olor a colonia impregnada, sólo
hedor, sólo un humo que huele a muerte pero nadie quiere decirle adiós.